Gilberto Haaz Diez
De Rosseau: “Siempre he creído que lo
bueno no era sino lo bello puesto en acción”. Camelot
EN EL FORO BOCA
Día de diciembre de un año que se va. A
toda capillita le llega su fiestecita, diría una vieja conseja. A este llamado
Foro Boca le llegó. Esa obra monumental, bella, con una acústica de primera
donde sólo los micrófonos sirven de apoyo, donde el bel canto de los coros y la
música de arpistas y violinistas y todos los sinfónicos se sublima, y la
potente voz de los barítonos retumbaban, a gusto, a placer, la obra que el
afamado diario The New York Times calificó como una de las 10 obras ejemplo de
la arquitectura moderna, con dos años de imaginación y fuerza, desde que en
2015 un día comenzó la odisea de construirlo, al pie del río Jamapa, con
350 millones, todos fondos federales, conseguidos, tramitados, a veces
implorando, por el alcalde Miguel Ángel Yunes Márquez, anfitrión del evento,
que se paseaba entre la gente una hora antes de que iniciara, cuando las damas
llegaban con sus mejores prendas y los hombres en trajes oscuros. En contraste
con los músicos, ellas en negro todas, y ellos en smokings de corbata de
pajarita. Un sitio que parecería elitista, pero no, servirá para que la gente
del pueblo aprecie y ame el arte de la música y las obras de teatros y los
conciertos musicales de todo tipo, en su capacidad de 966 personas, todas
sentadas, desde los muy populares hasta los sinfónicos, como éste que nos
congregaba una tarde fresca, limpia de aire, en ese lugar cuyas escolleras le
ganaron al mar el espacio para tener uno como lo tienen las grandes ciudades,
Los Ángeles, California, con su Hollywood Bowl, guardando sus debidas
proporciones, ese anfiteatro para 17 mil personas que brinda cultura a los
californianos y a los turistas.
LO MERECÍAMOS
Nos lo merecíamos, comentó un
contertulio al lado de su esposa. Debo decir que quien esto escribe lo conocía
por fuera. Habíamos merodeado unas semanas antes, cuando los maestros
albañiles, bajo la supervisión del afamado arquitecto Michel Rojkind, que quizá
presente esta obra para concursarla y ganar el Óscar de la arquitectura,
el Premio Pritzker, el mayor premio concedido a los mejores arquitectos y
sus obras, dado por la Fundación Hyatt. En ese concierto, que dirigía el
maestro Jorge Mester, al frente de la Orquesta Filarmónica de Boca del Río,
creada en 2014, donde se supo que ya se tienen a 500 niños enseñándoles música,
como si eso fuera la Masia de Barcelona, sitio de estrellas futuras, a la cual
una vez a los 11 años llegó un niño llamado Leonel Messi a aprender más del
arte que ya sabía y a convertirse en el primero del mundo. Como se convirtió
este violinista famoso, judío, Joshua Bell (Bloomington, Indiana, 9 de
diciembre-1967), el hombre que un día ganó más fama porque el diario The
Washington Post lo puso a tocar en el Metro de esa ciudad, para ver la reacción
de la gente con la música y por una hora tocaba y tocaba y la gente, como suele
pasar en los Metros, no volteaba la vista. Sólo un niño se embrujó y detuvo a
la madre para detenerse un momento y parar su mirada y agudizar el oído. Pero
Joshua dice que no estuvo tan mal, recogió entre apoyos unos 40 dólares,
suficiente para dos hamburguesas; ese hombre que su violín Stradivarius vale 14
millones de dólares y que llegó, como un gran profesional que es, dos o tres
días antes a oler el mar de Boca del Río, disciplinado cual es, ensayó este
concierto, aunque está acostumbrado a tocar ante 15 mil personas, él, donde
haya un templo de música ahí va.
ESA ESTRELLITA
Lo dijo cuando tocó la canción mexicana,
Estrellita, de Manuel M. Ponce, y nos transportó a nuestro México de los
recuerdos. Músico que quizá, como muchos, abrevó en la escuela Juilliard, la
neoyorkina, el Vaticano de los músicos, allí, dentro en esas paredes, hay
Capilla Sixtina para los violinistas y músicos. No sólo eso, anunció ese tema y
gritó un ¡Bravo!, en español. Mientras, cuando tocaba, un silencio muy
sepulcral, diría el poeta, hacía que el zumbido de una mosca se oyera. La
gente, atenta, la dulzura de ese violín llevaba al auditorio a otras
dimensiones, allá donde la música se encuentra con Dios y se entrelazan para
siempre. El silencio que lo es todo, lo dijo Beethoven; “Nunca rompas el
silencio si no es para mejorarlo”. Y Joshua lo mejoraba, en casi una hora dio
su concierto, vestimenta sencilla, todo en negro, salía aplaudido, regresaba
como regresan los actores en las escenas cuando el telón sube y baja. Era uno
de los cinco grandes, él lo sabía. Tocaba y extasiaba. Terminaba su obra
musical. Quizá un poco como cuando Miguel Ángel esculpió aquella gran piedra
llamada Moisés, escultura hecha en 1505, años de trabajo y desveladas y
peleas con el papa patrocinador, porque los genios así son. Miguel Ángel, al
verla terminada, le dio dos o tres vueltas, la miró extasiado, tomó su cincel
con la mano derecha, le tocó la barba y dijo: “¡Habla!”, y sólo eso le faltó.
Así hizo Joshua, cuando tocó su Stradivarius, ese violín que un día la familia
italiana Stradivarius artesanalmente fabricó unos mil 200 y sobreviven 600 en
el mundo, uno de ellos en manos de Joshua, para su música, para su talento,
para el gusto de los oyentes, violín que, dicen los conocedores, son diferentes
a todos porque se fabricó de árboles que tuvieron un crecimiento más lento de
lo normal, debido a un ciclo solar que produjo inviernos largos y veranos menos
calurosos, de allí a cómo suenan. Eso lo vi en Wikipedia. No crean que soy tan
sabio.
LA POLÍTICA
7:05 de la noche. Los invitados
llegaban. Miguel Ángel Yunes Márquez, anfitrión, llegó temprano. Su padre, el
gobernador, poco después, su señora madre, doña Leticia, presente en su sitio.
Todos los Yunes: el alcalde que inaugura y se va; el alcalde hermano y vecino
de Veracruz, que entra; el góber al que le queda un año, y un cúmulo de
esperanzas venideras por los años que aparecen, donde el mismo Miguel quiere,
aspira y busca la gubernatura para relevar al padre. Un buen discurso
agradeciendo a todos: arquitecto, trabajadores que lograron esa obra, presentó
al padre, que ese día cumplía un año de gobernador, y habló que en los inicios
de la obra lo tildaron de loco, por querer construir esa locura, y demás cosas.
La locura ahí está. Es una obra que trascenderá y servirá para que el pueblo
admire y vea la música de sinfónicas y conciertos, recitales y música popular.
Para eso fue creado. Los Tlen Huicani, sinfónicos esa noche, retrataban
escenarios de la música nuestra: “Me agarra la bruja y me lleva a su casa / me
vuelve maceta y una calabaza / me agarra la bruja y me lleva al cerrito /
me vuelve maceta y un calabacito”. Historia contada.
www.gilbertohaazdiez.com
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