Por
Sergio González Levet
El Gurú:
control y libertad (2)
—Atrás
de todo, está la necesidad que tanta gente tiene de ejercer el control, un
control, cualquier tipo de control. Es el azote de nuestro tiempo… —nos había
dicho el Gurú antes de despedirse y pasaron dos días para que regresara a
nuestra mesa.
Lo hizo
como era su costumbre: llegaba y se sentaba como si siempre hubiera estado ahí,
sin dar alguna explicación por sus ausencias. Y retomaba la plática muy en el
espíritu de Fray Luis de León, quien después de estar cuatro años en la cárcel
(del 27 de marzo de 1572 al 7 de diciembre de 1576) regresó a su cátedra en la
Universidad de Salamanca, subió al estrado y, como si el tiempo no hubiera
transcurrido, empezó su clase con la frase “Decíamos ayer”… (bueno, lo dijo en
latín, porque se enseñaba en esa lengua; “Dicebamus hesterna die”…).
Así que
el maestro se sentó a nuestra mesa y sin ningún rodeo siguió con la
conversación que había dejado pendiente:
—La
necesidad que tienen los seres humanos modernos de controlarlo todo es el azote
de nuestro tiempo. Viene por un lado de la costumbre que tienen los padres de
controlar la vida de sus hijos, que viene a ser una extensión de la obligación
de formarlos, impuesta por la ley natural pero también por las leyes humanas.
Ese control, que surge de la experiencia de educar a los hijos mediante
consejos sobre la vida cotidiana, es una forma de poder que muchos progenitores
disfrutan y, en casos enfermizos, llega a ser excesivo por la vía de la
violencia, ya física o mental.
Ese
control muchos lo quieren extender hacia los demás, y de ahí surge nuestro
deporte nacional: el de dar consejos gratuitos a quien se nos ponga enfrente.
En este
momento, cada uno por su parte estaba pensando en darle un buen consejo a
nuestro filósofo, pero él no soltó el hilo de la plática y nos dejó con las
ganas de ejercer nuestro control.
—Y yo
digo que ésa es una costumbre pecaminosa, y más porque regularmente quien da un
consejo no tiene el conocimiento o la especialización necesarios: el paciente
le dice al doctor qué medicina le conviene más, el lector le dice al escritor
como mejorar su texto, el paria le dice al rico cómo manejar su caudal, el
aficionado le dice al técnico como conducir a su equipo, el borracho le dice al
cantinero cómo servir los tragos… Es nuestro deporte nacional, pero qué malos
consejeros somos.
—Oiga,
maestro —alcancé a comentar—, pero también dice el dicho que quien no oye
consejos no llega a viejo.
—Para
nada estoy en contra de un buen consejo. Y voy a tratar de decirte sus
características: debe ser emitido con la mejor intención, que provenga de
alguien que sea conocedor del tema y que se proponga no como una orden
imperiosa, sino como una insinuación que el destinatario puede tomar en cuenta
o no. El problema es con ese tipo de consejos que se dan solamente con el fin
de imponernos sobre nuestro interlocutor: “Tú lo que debes hacer es…”
En ese
momento, una mariposa llegó volando y se posó en el hombro del Gurú.
—Vean lo
que acaba de suceder. Esta mariposa decidió posarse en mi hombro, pero podría
decirles que lo hizo porque yo se lo ordené, gracias al poder de mi mente o de
mi espíritu. Tenemos tal necesidad de controlar, que queremos que cualquier
acto fútil de la naturaleza o de nuestros semejantes sea un resultado de
nuestra voluntad personal.
El
pensador se detuvo, tomó unos segundos para reflexionar y nos concedió su
conclusión:
—He ahí
una dicotomía: control y libertad. El controlador no deja que los demás sean
libres, porque no los deja hacer las cosas por ellos mismos, y por ello no les
permite que se desarrollen como seres humanos cabales. Pero él también se
vuelve reo de su insensatez, porque pierde la más preciosa parte de su tiempo
tratando de que los demás hagan lo que él quiere, exactamente como él quiere.
El hombre feliz, el hombre completo, el hombre poderoso, es aquel que deja a
todos que hagan su soberana voluntad, y así tiene tiempo de hacer la suya
propia.
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