Sergio González
Levet
Las vísperas
¿Se acuerda la
memorable lectora? ¿Recuerda el memorioso lector?:
“Ya va llegando
diciembre y sus posadas. Se va acercando ya también la Navidad. El año nuevo me
traerá nuevas tristezas y por tu ausencia lloraré mi soledad”.
Don Javier Solís
cantaba así por estas fechas, hace muchos años, mediados de los 60, en esa
mezcla de bolero y canción ranchera que liaba con un estruendoso ¡Ea!, mientras
la música daba el respiro al cantante.
Sabíamos los que
ya vivíamos en ese entonces, que se acercaba la época de los anuncios de
Colgate Palmolive (“fabricante de Fab, le desea cordialmente una feliz Navidad,
una feliz Navidad, tantán”), del pavo que regalaban las relojerías Cantú, en
Xalapa, de las ramas y los viejos, pero sobre todo, del disfrute del aguinaldo,
con sus compras de ropa abrigadora para el frío y algunos juguetes que hacían
la delicia de los chiquitillos.
Y la cena de
Navidad, y la borrachera inevitable de fin de año en que caían los señores
grandes… y los muchachos entrones.
Misanteco de
corazón, pero inmerso en una gran familia peroteña, venida a enorme en Xalapa,
compartía la fiesta con 10 tíos carnales y algunos políticos (tíos políticos,
nunca políticos tíos), y una cincuentena de primos hermanos que casi todos
viven y sobreviven (perdimos y extrañamos al querido René Villegas, al
entrañable Jaime Villegas y al sacrosanto Gonzalo González Barradas, orgullo de
la Federal de Caminos, pero persisten en nuestro recuerdo). La época navideña
era el reencuentro con los comerciales de buena fe, que casi te suplicaban que
compraras su producto, con las tiendas abiertas de par en par pero honestas
aún, que no te ofrecían gangas aparentes, ni facilidades engañosas.
Cierto, no
faltaban los codiciosos que iban con trampa tras los aguinaldos -la naturaleza
humana es de siempre ambicionar más y sin medida-, pero ésos eran los menos,
los pocos, que de inmediato eran señalados por la fama pública: No compres en
esa tienda, que venden productos malos o caros o robados o sospechosos.
Los faroles, las
farolas y los adornos navideños traían un poco de calor y luz entre la cerrazón
de una niebla húmeda y despiadada, que sin embargo, no alcanzaba a quitarle la
nostalgia (“saudade”, dicen los brasileños, con un enorme sustantivo que quiere
decir añoranza, tristeza y cierta felicidad al mismo tiempo), a esa época llena
de buenos deseos, de agradecimiento por un año más de vida, de paz y armonía
entre todos los hombres, como quería Jesús.
Pronto llegarán
los aguinaldos y la Profeco insistirá con su módico mensaje para todos los
mexicanos de a pie -la inmensa mayoría-, de que hay que tener cuidado al
gastarlos, no derrochar y mejor invertir en cosas necesarias… y llegarán
también las compras suntuarias, los lujos innecesarios, las embarcadas con
tarjetas que muchos ejercen con la ilusión de que son ricos por un momento, en
desquite de tanta pobreza que hay que aguantar todo el año (“Compre hoy y
gástese su aguinaldo en otras cosas igual de suntuarias e innecesarias, y pague
hasta enero, cuando ya no tenga un centavo”).
Llega diciembre…
“y si una gracia el cielo a mí me puede dar, le pediré como regalo un día de
Reyes, besar tus labios y estrecharte junto a mí”.
Ay, Javier Solís…
[NOTA: este texto
ya fue publicado casi igual antes, y lo reproduzco con autorización del autor,
que soy yo mismo. Antes de reproducirlo, tuve la precaución de pedirme permiso,
y me lo di con gusto. Así que, queda zanjada la sospecha de (auto)plagio].
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