Por Sergio González
Levet
Ignacio Oropeza López
Periodista cumplido,
cabal, inteligente, Ignacio Oropeza López dejó este mundo en la manera discreta
con que siempre se condujo… dejó este mundo, pero al mismo tiempo nos dejó en
la memoria y en innumerables publicaciones su trabajo de años como reportero en
muchos medios veracruzanos.
Y heredó también la
preparación profesional de que gozan muchos de sus discípulos, formados
pacientemente en las aulas de la Universidad Veracruzana, de la Facultad de
Periodismo, llamada así en sus orígenes por su fundador, don Alfonso Valencia
Ríos, quien había logrado conformar una especie de academia en la que se
gestaron y nacieron excelentes periodistas, como el propio Ignacio, que dieron
lustre al periodismo veracruzano de fines del siglo XX.
Ahí quedan los nombres
de Pepe Murillo y Enrique Huerta -que se nos adelantaron a destiempo, pero
lograron dejar su huella en los registros de la buena prensa estatal-, del
maestro de la prosa Luis Velázquez, del enorme columnista Manuel Rossete, de
Albino Moctezuma, de tantos y tantos…
Ya convertida en
Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación, el reportero Ignacio
Oropeza López se convirtió a su vez en todo un catedrático que desparramó dones
y conocimiento entre las innumerables generaciones a las que les tocó la gracia
de recibir su enseñanza.
La noticia en Facebook
decía que el buen Nacho perdió la batalla debido a una complicación pulmonar
que ya no pudo soportar su organismo abatido por la enfermedad. De inmediato
las redes se llenaron de condolencias ese domingo infausto, ante el sorpresivo
fallecimiento. Y es que Ignacio Oropeza cultivó la amistad de los colegas y el
respeto de sus alumnos; el respeto y el reconocimiento: el afecto y el cariño.
Hay que consignar otra
faceta de su desarrollo como profesional porque fue un cumplido jefe de prensa
en varias dependencias, en una carrera en el servicio público que tuvo su
culminación en Comunicación Social del gobierno del estado, cuando fue nombrado
titular en las postrimerías del gobierno de Dante Delgado Rannauro, en un
movimiento que resultó sorpresivo porque todos pensaban que el entonces gobernador
nombraría a su amigo Manuel Rossete Chávez, lo que no sucedió por el importante
trabajo periodístico que estaba desarrollando el periodista xalapeño al otro
lado del escritorio.
Con la ausencia de
Nacho Oropeza se va una parte de esa época legendaria del periodismo
veracruzano, cuando los periodistas eran tan pocos que no les quedaba más
remedio que ser excelentes en su trabajo, porque la gente los leía y los
identificaba.
Eran pocos los
periodistas y pocos los medios. Uno, dos o tres por región a lo sumo. No la
legión en que se convirtió el oficio a partir de los excesos de la docena
trágica (sí, la de Fidel y Duarte gobernadores), cuando le hicieron lugar a
aprendices y charlatanes para que estorbaran a los verdaderos periodistas.
La muerte de Ignacio
Oropeza López me trajo el recuerdo de sus charlas enteradas, de sus opiniones
inteligentes, de la calidad de la información que manejaba a trasmano y que nos
regalaba con la liberalidad de su altruismo profesional.
Tuve la suerte de
coincidir en el trabajo con Nacho durante la época gloriosa de El Sol Veracruzano, allá en los años 80
del siglo pasado, y aprendí de él, con su ejemplo cotidiano, que el ejercicio
del periodismo es al mismo tiempo una luz que alumbra y una gota que va
llenando un vaso.
Lo vamos a extrañar, ya
lo extrañamos, y sobre todo sus ideas certeras, su pensamiento claro, su amor
por el oficio de comunicar.
Descansa en paz, Nacho.
Twitter: @sglevet
Facebook.com/sglevet
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