Sao
Paulo, Brasil.- A Fabienne Belle
todavía se le encoje el estómago al recordar el día en que el correo le trajo
por sorpresa la maleta de su esposo, fallecido en la tragedia del Chapecoense.
Mientras el mundo abrazaba la reconstrucción de este club humilde, a ella le
llegaban las ruinas.
La tragedia no fue del
Chapecoense, fue de las familias” y reclama mayor implicación de los medios que
tenían a empleados en el avión.
Estaba sola ante el vacío, como en
la madrugada del 29 de noviembre de 2016, cuando sucedió el desplome del avión
que sin combustible se estrelló en las montañas de Medellín donde murieron 71
de las 77 personas a bordo y centenares más quedaron destrozadas.
La vida de esta exprofesora de 47
años y mirada dulce se congeló hace un año, cuando su esposo, Cezinha,
fisiólogo del club del sur de Brasil, se subió en el avión que le iba a llevar
junto a un grupo eufórico a la final de la Copa Sudamericana en Colombia.
La mayoría, familias muy jóvenes
que perdían al centro de su economía en el inestable mundo del fútbol modesto,
donde en una misma temporada puede haber varias mudanzas y muchos viven al día.
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