Astillero
Julio Hernández López
Que alguien se despiste no significa
solamente que se muestre confundido, desorientado o extraviado. También puede
significar que alguien se salga de una pista (de aterrizaje, por ejemplo) por
un error de cálculo del conductor.
Luis Videgaray Caso, siempre exitoso en la
tripulación de muchas decisiones trascendentes asumidas por Enrique Peña Nieto,
pareciera haber caído ayer en esa doble acepción del vocablo “despiste”. Si es
que no se está en presencia de uno de esos juegos de engaño que tanto han
gustado en las alturas de Los Pinos a diversos ocupantes, a la hora de proponer
al siguiente inquilino, el piloto de vuelo, Videgaray, midió mal los tiempos,
exageró la lectura de la carta de navegación de su cuatacho José Antonio Meade
Kuribeña y obligó a Peña Nieto, a hacer ajustes y a tratar de tirar lastre.
Fue en Baja California Sur, entidad bajo el
azote atroz de la delincuencia organizada, donde Peña Nieto salió al paso del
aparente destape que el virtual vicepresidente ejecutivo, Videgaray, había
hecho un día atrás: “no se despisten, el PRI no elige a su candidato a partir
de elogios o de aplausos entre los varios miembros que hay en sus filas”.
Dijo más cosas el ocupante de Los Pinos,
pero lo sustancial fue la frase aquí citada. Sonriente, con aire pícaro, Peña
Nieto trazó una línea de referencia que habrá de mostrar si Videgaray y Meade
fueron los despistados (y el dedo peñista se posa en otro aspirante, en un
proceso aún de largo aliento, conforme a la convocatoria priista anunciada
ayer, ya sea el hasta ahora aparentemente rezagado Aurelio Nuño o el hasta
ahora aparentemente menospreciado y maltratado Miguel Ángel Osorio Chong) o el
realmente despistado fue el propio Peña (si es que, a fin de cuentas, tiene que
cumplir con la designación a dedo del madrugador Meade).
Peña aprovechó, en todo caso, para presumir
cierto oficio en el tema de la grilla electoral a la que, según sus cercanos,
“sí le sabe” (de la misma manera que no le sabe casi a nada de lo demás). Se
exhibió abiertamente como el depositario absoluto de los secretos y los tiempos
de la liturgia del dedazo, aprovechando la salida de pista (inducida o natural)
del ansioso Videgaray.
El propio canciller trató de enmendar ayer
mismo el revuelo que generó con sus palabras de aparente destape de “Mid”, las
cuales fueron retomadas y analizadas en todos los medios de comunicación.
Arguyó que había hablado en términos elogiosos de los tres Secretarios de
Estado que habían comparecido el miércoles ante los diplomáticos extranjeros.
Aunque, claro, no es lo mismo hablar con “calidez, gratitud y reconocimiento a
su talento y trayectoria” de Ildefonso Guajardo, el secretario de Economía cuyo
horizonte político está acotado por el trabajo decepcionante realizado ante los
negociadores gringos del Tratado de Libre Comercio, o de Enrique de la Madrid,
el secretario de Turismo, que nunca ha estado en la posibilidad real de ser
candidato a la sucesión, que hacerlo respecto a Meade, hasta ayer el
precandidato más fuerte, considerado por muchos observadores, y a partir de
muchas circunstancias y pistas, como el virtual ganador de la contienda.
Cierto es que el proceso del tapadismo
siempre ha sido propicio para historietas de engaños, falsedades y
retorcimientos. El historiador Óscar G. Chávez, por ejemplo, escribió en 2015
en La Jornada San Luis, un texto sobre el “alto refinamiento” de Adolfo Ruiz
Cortines, en el proceso de designación del candidato priista a la sucesión:
“Con una genialidad magistral supo provocar enfrentamientos entre los miembros
de su gabinete; amante de las metáforas y los retruécanos del lenguaje, logró
que las atenciones masivas se centraran en aquellos a los que hizo creer que
eran, pero que nunca llegarían a serlo” (https://goo.gl/C6qpq2 ). A fin de
cuentas, en aquel episodio el designado fue Adolfo López Mateos, por razones
que sólo supo el dedo elector.
Recordados son también los pasajes de los
dedos electores que de inmediato se sintieron traicionados por los elegidos que
se mostraron distintos a como eran o parecían ser, mientras eran subordinados y
esperaban la designación superior. Gustavo Díaz Ordaz estuvo tentado a retirar
la candidatura al locuaz y extrovertido Luis Echeverría, que antes había sido
introvertido y silencioso. José López Portillo, ya como presidente, envió
grotescamente a Luis Echeverría a una embajada a las islas Fidji, para mostrar
a éste, que ya no era quien mandaba. Luis Donaldo Colosio murió en
circunstancias aún no esclarecidas, mientras trataba de zafarse de las redes de
control que le imponía un Carlos Salinas de Gortari, exploratorio de
reelecciones no inmediatas. Ernesto Zedillo botó a Salinas a un virtual exilio,
con el hermano comisionista, Raúl, en la cárcel.
Así que, ¿con quién se sentirá en menos
riesgo Peña Nieto? ¿El poderío de la dupla Videgaray-Meade le acomoda para
garantizar continuidad del equipo que le incluye o, por el contrario, le sería
más funcional optar por una carta relegada, que pudiera sentirse agradecida, al
deberle todo al exgobernador del Estado de México? ¿El resbalón de Videgaray le
facilitará optar por Nuño, distanciado de Videgaray, pero no confrontado con
él, apostador a una carrera totalmente de la mano de Peña? ¿Todo esto ha sido
un juego más de apariencias, y el “bueno” será Meade, como siempre se había
programado, despistes aparte?.
La respuesta se llevará todavía su tiempo. Ayer
se emitió la convocatoria para la postulación del candidato presidencial
priista. Los interesados tendrán 10 días para conseguir apoyos de la
militancia, si ellos son militantes (Osorio, Nuño y Narro, por ejemplo), o
simplemente presentar su solicitud si no son militantes (como Meade). El 3 de
diciembre se dirá si hubo aspirantes que llenaron los requisitos y, de ser más
de uno, iniciarán una precampaña interna, para que el 18 de febrero, una
convención de delegados (desde ahora plenamente controlada por Peña) “elija” al
candidato. Así que, ¡hagan sus apuestas (con cartas marcadas), señores
priistas! ¡Y nos leemos, aquí, el próximo lunes!
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